lunes, enero 08, 2007

Mi marciano favorito


I consider myself responsible for
a whole new school of pretensions
D B
Si como propuso Charles Darwin, los seres humanos somos una sofisticada evolución de los primates, en un futuro no muy lejano nuestros nietos nacerán con la mirada bicolor y llevarán por nombre David Bowie. Nada más natural que ser la cúspide de la cadena evolutiva para alguien que ya antes ha sido vampiro y ave fénix, andrógino y marciano. Camaleón de vistosos camuflajes. Nada más natural, digo, para un artista que, fiel a la ley de la selección natural, ha sabido no sólo adaptarse sino, en sus mejores momentos, dictar el caprichoso rumbo de la cambiante geología del rock and roll.
Nacido David Robert Jones el 8 de enero de 1947, en 1966 el joven líder de los King Bees cambió de nombre para evitar cualquier confusión con el cantante de un grupo de monos (el inefable David Jones, de los Monkees), ideado como una burda imitación de los Beatles para interpretar canciones bobas en un programa de la tv estadounidense, sin entonces imaginar que con esa decisión fundaba una de las leyendas más sólidas de la música popular del último siglo.
Es cierto que a lo largo de 40 años la carrera de Bowie ha sufrido altibajos, sin embargo, es justo decir que esos valles en su trayectoria (baste recordar su discografía de los años 80, de la que no obstante pueden rescatarse canciones como "Fashion", "Blue Jean" y la maravillosa "Modern Love") nos permiten hoy hacer una mejor valoración de esas cúspides que son Aladdin Sane, el íntimo y emotivo Hunky Dury, los más recientes Hours y Heathen y la que sin duda es su obra maestra, el inenarrable The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars, momento estelar del pop que junto con Revolver, Exile on Main Street, Highway 61 Revisited, Led Zeppelin IV, Electric Ladyland, Who´s Next o Achtung Baby (sólo por mencionar algunos de mis álbumes favoritos) se constituye en una piedra angular del rock pop del siglo XX.
Inventor de sí mismo, incansable renovador de su propia máscara, Bowie no sólo ha mantenido la vitalidad y la frescura que tantos grupos y cantantes de la última década han perdido con su segundo disco, sino que ha logrado un milagro reservado a los mesías: la resurrección (una paradoja para quien, por cierto, también ha sido Poncio Pilatos). Bowie no sólo ha renacido de sus cenizas en más de una ocasión, sino que con cada vuelta nos entrega a un artista totalmente distinto. Si (con todo respeto) Jagger y Richards no se han cansado de tocar ¨variaciones sobre un mismo blues¨ desde hace más de 30 años, Bowie, al fin y al cabo actor, ha sabido erigirse un personaje y un estilo para cada tema. La eterna juventud contra la adolescencia perpetua.
Quizá ninguna metáfora describa mejor esta actitud que una imagen del video de la canción ¨Thursday´s Child¨, en la que un Bowie maduro y hastiado contempla en el espejo a un joven David quien lo mira a su vez con un dejo de ironía. Acaso esta sea la mejor lección de Bowie para una época en la que la célebre frase de Pete Townshend ¨Rock is dead¨ parece cumplirse con celeridad. Muchas de las bandas desechables que hoy se duermen en los laureles de un éxito repentino, de fórmulas repetidas ad nauseam, deberían procurarse un fuego propicio para su renacimiento. Si no lo logran, al menos morirán en el intento, hecho que agradecería más de uno.
Escribo este modesto homenaje un 8 de enero de 2007, justo seis décadas después de que en Brixton, un suburbio de Londres, cayera a la tierra mi marciano favorito.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sí, de acuerdo, Bowie es marciano y por eso toca música marciana; no hay en ella una sola nota de rock... música que sólo unos elegidos bastante terrenales pueden hacer...

4:22 p.m.  

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