domingo, marzo 12, 2006

Asuntos laborales (IV)


Workaholics

... recadero, asistente, hácelotodo de algún sátrapa más o menos estrellado o con esperanzas de estrellar : de algún tiranuelo de escalafón y plantilla, esclavo a su vez del Reglamento y de los decretos del Boletín oficial ...
Juan Goytisolo


Quién ignora que en el último siglo las ciencias de la salud mental, del conocimiento de la psique, han evolucionado de manera sorprendente. Para aprovechar tal avance tal vez sea tiempo de exigirle a la psiquiatría y al psicoanálisis contemporáneos un examen prolijo sobre ciertos casos hasta hoy bastante ignorados. Quizá estas ciencias podrían tener actualmente mayor materia de estudio en los fanáticos irredentos del trabajo que en los millones de empleados cuyas causas de infelicidad están generalmente bien identificadas. ¿Qué carencia infantil suplirá para aquéllos el útero oficinesco? ¿Qué sublimado complejo los obligará a tener encerrada la mente en posición fetal durante 20 horas diarias, entumida entre los muros estrechos de los reglamentos y disposiciones oficiales? ¿Es una forma de autocastigo, de masoquismo, la que los lleva a lacerarse de esa manera? Estas podrían ser algunas de las preguntas que los futuros estudios sobre la mente humana y sus desviaciones podrían contestarnos.


Los trabajadores patológicos aún son pocos si los comparamos con el resto, pero en los últimos tiempos los he visto propagarse peligrosamente como una plaga de San Juan. Son patéticos: llegan a trabajar primero que todos, inclusive antes de que el velador del edificio concluya su jornada, y se van horas después de que la última cucaracha se ha retirado a dormir. Nunca salen a comer: se alimentan de oficios, informes y circulares. Si son jefes, como alucinados capitanes Ahab pretenden repartir al resto de la tripulación un trozo de la obesa ballena que los acecha debajo del escritorio y que no es otra cosa que el cetáceo de la inactividad, su propio miedo al descanso. Así que distribuyen a los demás sus temores en forma de obligaciones extrañas:

-- Ranillas, invéntese un programa de lo que se le ocurra pero que pueda implementarse en veinte minutos.

-- Señorita, organíceme una gira por nuestras instalaciones para caminar un poco, el doctor me lo recomendó.

-- Lolis, escríbame un oficio muy bonito para la licenciada Patatús y dígale, muy monamente, que si esto se hunde nos ahogamos todos, incluida ella.
-- Pero, jefe, la compañía está boyante, no tiene por qué hundirse.

-- Entonces dígale a Turrubiates que abra todas las llaves.

Víctimas imaginarias de los chismes profesionales que deambulan de oficina en oficina, envidiosos de los triunfos laborales ajenos, estos seres viven permanentemente amenazados por el temor a los logros de sus pares, en quienes ven a sus seguros sustitutos. Paranoicos de oficio, cada uno de sus subalternos es también un enemigo posible, soplón de las correspondientes instancias que fiscalizan el trabajo y controlan los gastos de la oficina. A veces, los ínfimos cotos de poder en que se ocultan estas personas dejan escapar por sus resquicios diálogos más bien oscuros:

-- Me enteré que en la dirección del doctor Asueto ya conjuntaron las quince jefaturas en una sola para simplificar la administración.
-- Es cierto, licenciado.
-- Bueno, pues dígale a Turrubiates que aquí ponga en operación algo igual, pero al revés (hay que acabar con el presupuesto de este año), y que no se entere Patatús porque ya sabe que puede ir con el chisme.

Los adictos al trabajo pueden despistar a la psicología laboral, pues ante ella pasan como seres con un alto sentido de la responsabilidad, con aspiraciones perfectamente definidas y con un esquema mental de jerarquías en el que su trabajo ocupa la cúspide de la pirámide: son el sueño de toda compañía; pero a nosotros difícilmente nos engañan: sabemos bien que en su casa nadie los soporta.