Almas llaneras:
"nuevos" vaqueros en el Oeste viejo
Luis Felipe Lomelí (selección), Sólo Cuento III, unam (Dirección de Literatura), México, 2011.
Si como escribe Rafael Toriz en el prólogo a este
volumen: “En el viejo oeste de nuestras fabulaciones, el cuento es un llanero
solitario”, cabría afirmar que en las páginas del tercer tomo de Sólo cuento, aquel jinete afantasmado
transita entre las planicies y los montes de su propia leyenda, esa que
podríamos nombrar, acaso pomposa y anacrónicamente, la tradición del cuento hispanoamericano:
la vieja aldea que durante dos siglos han erigido algunos puñados de venerables
forajidos como una forma de afirmación, vía una lengua y sus posibilidades de,
digamos, narrar y ficcionalizar,
frente al tornado omnívoro de la realidad cotidianamente atroz de un continente
literario (del que España es la matriz a la vez que un embrión lejano). Y en
ese pueblo, en el saloon de Lone
Ranger Town, cada día aparece algún nuevo cuatrero para reclamar su parte de un
botín que se supone generoso cuando no inagotable. Así nos lo constata la
selección hecha por Luis Felipe Lomelí para esta tercera edición de la
colección de cuentos editada anualmente por la Dirección de Literatura de la unam: una galería actualizada con los
carteles de los más buscados por el sheriff de las afinidades y las intuiciones
que cada uno de nosotros constituye como lector.
De
entrada, habría que aclarar que se trata antes que de un museo de efigies más o
menos clásicas, de una galería de personajes vivos (aunque entre ellos no
falten algunos ya clásicos del género) nacidos entre 1935 y 1984, algo así como
tres generaciones literarias más algún par de autores emergentes de una
promoción (que abarcaría a los nacidos entre principios de los años 80 y
mediados de los 90) cuyos miembros mayores son hoy nombres ya reconocibles. En
segundo lugar, tendría que mencionarse la prevalencia de escritores nacidos en
la década de los 70 (casi la mitad de los 31 seleccionados), un hecho fácilmente
explicable si tomamos en cuenta la edad del antólogo, nacido, como yo, en
aquellos años (que en estas tierras no fueron, por cierto, los de “la suciedad
y la furia” sino los de “arriba y adelante”), lo que de inmediato nos hace
pensar no sólo en empatías y afinidades más allá de las literarias, sino en
intereses, recuerdos, dudas y avatares comunes a toda una generación. Éste, que
acaso deba tomarse como un dato tangencial, implica de parte de Lomelí antes
que una correcta valoración del trabajo de sus coetáneos, un gesto de confianza
(y en algunos casos hasta de buena fe) y de generosidad literarias hacia un
núcleo cerrado de colegas y/o amigos afines estética o ideológicamente (una
práctica, por cierto, bastante común en la vecina aldea de los poetas).
De
cualquier modo, lo importante, lo destacable más allá de la presencia mayoritaria
de escritores de un período determinado, es la propuesta combinatoria de Luis
Felipe. Más allá de nomenclaturas o taxonomías ancladas en un academicismo
teórico, o peor, en apartados críticos sacados de la chistera, cuando no de la
manga (tan comunes, de nuevo, en Poetry Town), Lomelí propone ocho secciones
fundadas en los temas de las historias seleccionadas, a saber:
La
vida está en otra parte (realidades alternas construidas en/por la escritura:
el lenguaje en tanto posibilidad de alteridad); Calles y ambulancias (el
espacio urbano, el azar y sus accidentes como escenario y detonador de la
ficción, respectivamente); Patrimonio de familia (la desmitificación del mito
familiar y su constitución como un núcleo de oprobio y decepción); Ars poética (el metatexto, el texto
referente de sí mismo o un Legotm
verbal que el propio lector tiene que armar ); Amistad (el vínculo afectivo
como espacio natural del resentimiento y la revancha); Cositas de mi mafia (el
crimen en tanto condena y ocasional golpe de fortuna); Allende lontananza
(cuatro re-visiones literarias de los conceptos de límite y frontera); Amoríos
(la relación sentimental, la imposibilidad del amor o el purgatorio íntimo en
que, una vez logrado, éste puede convertirse).
Como
un funámbulo de sus gustos y convicciones narrativos, merced al propio talento
creador y a una depurada intuición combinatoria, Lomelí logra en su antología
el exacto y a la vez precario equilibrio de quien cruza seguro la cornisa entre
el rigor y el mero capricho. Si su selección trastabilla unas cuantas veces, sabe
también recuperar la compostura inmediatamente para mantener no sólo nuestro
interés, sino con él nuestro asombro, en niveles prudentemente exaltados.
Muy
pronto, desde el cuento de Edmundo Paz Soldán con que abre el libro, la
selección logra un nivel que sin ningún empacho podríamos calificar de
maestría. Hacia el sexto de los relatos, ese nivel del artefacto armado por
Luis Felipe no sólo se ha sostenido sino que cobra nuevo vigor para elevarse
propulsado no por un cohete aerodinámico sino por el desastrado carrito de
supermercado del inolvidable relato de Mariana Enríquez. Al llegar a las
historias nueve y diez, de Ricardo Piglia y Abelardo Castillo, respectivamente,
Sólo cuento alcanza su mayor altura,
esto es, la de las mejores piezas de la narrativa latinoamericana. A partir de
ahí, la antología mantiene una conveniente altitud crucero no exenta de
sorpresas y revelaciones y de alguna que otra sacudida. No nombraré aquí los
tres textos que, desde mi punto de vista, no logran estar al nivel del resto de
los cuentos escogidos, pues podría temer que mi opinión influyera negativamente
en la mirada de algún lector más benévolo o menos tiquismiquis. Se trata, en
todo caso, de piezas que al errar ya sus estrategias discursivas ya su dominio
narrativo-narratológico, terminan por no encajar en la aceitada (y en mayor
medida tradicional) maquinaria que constituye Sólo cuento III.
XXXXXSi mi juicio adverso no hará ningún favor a aquellos títulos que considero fallidos, creo que la exaltación de sus virtudes y sus aciertos tampoco hará mejores los relatos excelentes contenidos en el volumen. Por eso menciono aquellos que suscitaron mi asombro y mi entusiasmo: “El joyero”, de Ricardo Piglia; “El boxeador polaco”, de Eduardo Halfón; “Órdenes trascendentales”, de Cristina Cerrada; “Matar un perro” de Samanta Schweblin; “Un poeta local”, de David Toscana; “Patrón”, de Abelardo Castillo; “Glorieta paraíso”, de Rodrigo Fuentes; y “El carrito”, de Mariana Enríquez. Resultaría ocioso tratar de hacer aquí un esbozo de cada uno de estos cuentos cuando sus posibles, próximos, hipotéticos lectores tienen ante sí la posibilidad maravillosa de descubrirlos y discernir por ellos mismos. A fin de cuentas, al igual que una fiesta (como le gusta a Lomelí definir a “su” volumen), una antología es, una invitación a compartir y congeniar, pero a veces también a disentir, discutir y quién sabe si a hacer un papelón.
XXXXXDice ese lugar común llamado Borges que “el cuento es un breve sueño una corta alucinación”; esta notable antología preparada por Luis Felipe Lomelí es, entonces, un pasaporte fundamental para soñar, alucinar o incluso despertar entre pesadillas en la aldea del Llanero solitario.
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Esta reseña aparece en el número 98 (Nueva época) de la Revista de la Universidad de México, correspondiente a este (todavía) mes de abril.
XXXXXSi mi juicio adverso no hará ningún favor a aquellos títulos que considero fallidos, creo que la exaltación de sus virtudes y sus aciertos tampoco hará mejores los relatos excelentes contenidos en el volumen. Por eso menciono aquellos que suscitaron mi asombro y mi entusiasmo: “El joyero”, de Ricardo Piglia; “El boxeador polaco”, de Eduardo Halfón; “Órdenes trascendentales”, de Cristina Cerrada; “Matar un perro” de Samanta Schweblin; “Un poeta local”, de David Toscana; “Patrón”, de Abelardo Castillo; “Glorieta paraíso”, de Rodrigo Fuentes; y “El carrito”, de Mariana Enríquez. Resultaría ocioso tratar de hacer aquí un esbozo de cada uno de estos cuentos cuando sus posibles, próximos, hipotéticos lectores tienen ante sí la posibilidad maravillosa de descubrirlos y discernir por ellos mismos. A fin de cuentas, al igual que una fiesta (como le gusta a Lomelí definir a “su” volumen), una antología es, una invitación a compartir y congeniar, pero a veces también a disentir, discutir y quién sabe si a hacer un papelón.
XXXXXDice ese lugar común llamado Borges que “el cuento es un breve sueño una corta alucinación”; esta notable antología preparada por Luis Felipe Lomelí es, entonces, un pasaporte fundamental para soñar, alucinar o incluso despertar entre pesadillas en la aldea del Llanero solitario.
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Esta reseña aparece en el número 98 (Nueva época) de la Revista de la Universidad de México, correspondiente a este (todavía) mes de abril.
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