miércoles, abril 27, 2011

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Es mi cumpleaños, y no hay nada de heroico en eso, apenas la constatación de una verdad aún irrefutable: estoy vivo. Me lo confirman esa punzada en el costado izquierdo, el leve malestar que me provoca mi hernia inguinal, el bezafibrato y la atorvastatina que facilitan la circulación de la sangre por este cuerpo que se fatiga apenas traspasado el umbral de la calistenia.

Con todo, me gusta llegar puntualmente a la fecha, al esperado, nunca del todo garantizado cumplimiento de la convención, de esta cita primaveral con la certeza de estar “aquí y ahora”, como se dice no sin cierta cursilería.

Cuando era joven, a los 21 o los 25, sufría por el arribo de abril con su crueldad y sus lilas y su tierra muerta. La cercanía de mi cumpleaños me amargaba como nos amargan esos insensatos que nos recuerdan cuánto hemos embarnecido, cómo nos hemos abotagado, de qué manera el tiempo se acumula en nuestras líneas de expresión… “¡¡¡¿Qué te pasooooó?!!! ¡¡¡Y qué fue de tus rizos indómitos!!!”

Pero, ¿no es una necedad tratar de negar lo obvio?: envejecemos con cada aniversario. De eso se trata. El cumpleaños es una postergación y no otra cosa. El aplazamiento indefinido de una condena: al final de todo está la dama aquella, la de los huesos helados. Por eso hay que celebrar: porque -de nuevo- estamos aquí y ahora. Eso es lo que festejamos. Y que, además, lo quieran a uno.

1 Comments:

Blogger Roberto Cruz Arzabal said...

Mira, no me acordaba. Feliz cumpleaños y post-cumpleaños, pues. Un abrazo.

4:14 p.m.  

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