lunes, agosto 15, 2011

A las puertas del templo


Aún recuerdo la primera vez:
la tarde de un domingo
de un año ya olvidado.

Mi padre me arrastraba de la mano
en medio de un río de lepra negra:
gentes de toda grey,
si bien de estofa sospechosa
(enanos, ladrones, mercenarios),
seguían nuestro camino.

Llegar hasta la arena
llevónos varias lunas,
−la ciudad era otra,
otras sus lindes,
y sobra confesar
que no teníamos nave.

Recuerdo menos bien a los beduinos
mercando su vendimia
por lo ancho de la calle:
el chilloso colorido de las máscaras,
los retablos de El Santo
(de plata enmascarado),
las plásticas efigies de los héroes:
El Ingenioso Ulises
y El Rayo de Jalisco,
Diomedes (el hijo de Tideo)
y El Espectro.

La turba se apiñaba amenazante
a la entrada del templo
en espera del milagro de las carnes
renacidas domingo tras domingo.

Fue entonces cuando vi a los granaderos
−en franco alejandrino formados centuriones−
avanzar y disolver la estampida a macanazos,

y recuerdo
−muy bien que lo recuerdo−
a mi padre doblado tras el golpe
−su máscara de rudo,
trofeo de Juan Soldado−,
procurando mi mano
en espera del relevo.

Mi padre
que, ya he dicho,
fustigaba mis pasos temerosos,
hubiera preferido para mí
otro deporte:

el box, el futbol o las mujeres,
pero nunca la rudeza innecesaria
del mundo aquel domingo
a las puertas de la arena.
____________________
Publicado originalmente hace ya varios años en la muestra de poetas otrora jóvenes Un orbe más ancho (UNAM, 2005), estos versos luchísticos aparecen ahora en México y Colombia. Antología de poesía contemporánea, preparada por el querido poeta bogotano Federico Díaz-Granados. Vale la pena echarle un ojo a la selección mexicana, donde, merced a los afectos de Díaz-Granados, se juntan el agua y el aceite, por no decir la lumbre y la gasolina.