martes, julio 28, 2009

Cien años de borrachera

El almanaque de mis santos literarios tiene una marca roja (de sangre o de carmín, ya no lo sé) para recordarme que hoy, martes 28 de julio de 2009, los que hemos recorrido ese via crucis narrativo que es Bajo el volcán, conmemoramos cien años del nacimiento de su autor, Malcolm Lowry.

Para celebrarlo, dejo aquí un texto que, sobre la descomunal biografía editada el año pasado por el Fondo de Cultura Económica, publiqué el sábado pasado en el suplemento Laberinto, de Milenio Diario. He añadido, en rojo, un párrafo del que por razones de espacio tuve que prescindir en la edición periódica.

Hagiografía del endemoniado


Cada oficio prohíja sus santos patronos, mártires de profesión que en el temple de su espíritu y su arte empeñan fuerzas, talento y hasta cordura para terminar, al confundir vida y obra, inmolándose en aras de una entelequia que, entre una y otra, no termina por ser ninguna de ambas. En el santoral pagano de las literaturas modernas, el nombre de Malcolm Lowry ocupa, por méritos propios, un altar particular coronado por la obra monumental a la que consagró su existencia y en la que, en mayor medida, terminó por consumir su genio arrebatado: Bajo el volcán, novela absoluta, catedralicia, a un tiempo divina y demoniaca, y que, al hacer del país una sucursal narrativa del infierno ―en el que padece y perece el cónsul Geoffrey Firmin, alter ego, cordero y chivo expiatorio de su autor―, confirió a México la categoría de paraje metafísico que más de una década después refrendaría el lacónico Juan Rulfo.

Como el devoto que tras una vida de trabajos y disciplina espirituales emprende el viaje a La Meca o culmina su Camino de Santiago, en 1993, el escritor, periodista y académico inglés Gordon Bowker vio completada, luego de años de investigaciones, lecturas, entrevistas y consultas de múltiples fuentes, una empresa al menos digna del legado maldito del genio británico: Pursued by Furies. A Life of Malcolm Lowry, la biografía monumental cuya traducción al español fue publicada el año pasado en nuestro país por el Fondo de Cultura Económica.

Igual que el creyente extático que se aproxima al templo sagrado, Bowker avanza en sus pesquisas con una mezcla de curiosidad, adoración y rigor aparente: allá, el ídolo, la piedra fundacional, inobjetable… o bien, cuestionable: todo paria lo es. De este lado el investigador, el tipo que acumula, discierne y, desde la fe, relata vida y milagros de su santo. De un lado, Dios; del otro, el apóstol.

“Resulta increíble que la perspectiva de tener un biógrafo no haya hecho renunciar a nadie a tener una vida”, escribió alguna vez Cioran. Asombra lo contrario: que la posibilidad de narrar la existencia de otro haga a alguien desistir de vivir la suya propia. Sin hacerlo, Gordon Bowker parece haberlo logrado. De tal manera se interna en detalles, en los intríngulis del día a día de su presa. Como en aquel cuento, “Los pasos en las huellas”, uno es capaz de imaginar la renuncia cuasi mística del profesor Bowker para consagrarse a la de su biografiado, de tal suerte que, antes que la vida de Malcolm Lowry, la de Bowker parece la agenda exacta de los días y los tragos de aquél:

Durante el último año llegué a un promedio de entre dos y medio y tres litros de vino tinto diarios, sin contar otras bebidas en los bares, y en los últimos dos meses en París el promedio había subido a cerca de dos litros de ron al día. Aunque terminara por anularme por completo, no podía yo moverme, ni pensar, si no bebía cantidades enormes de alcohol, sin las cuales el paso de unas cuantas horas se convertía en una tortura inimaginable…

Así, Bowker se mete ―para citar a los clásicos― “hasta la cocina” (mejor dicho, "hasta la cantina") para describirnos, con fechas exactas, cada una de las míticas borracheras ―con botellas y etiquetas― del escritor inglés. No se trata, sin embargo, de una bitácora detallada y sin más chiste que el que pueda otorgarle el chismorreo sobre sus parrandas (aunque de eso hay, y mucho); la de Bowker es una biografía en toda la extensión del término, una que en la precisa narración de sus indagaciones nos revela, más allá de la estampa del santo y el demonio que fue Malcolm Lowry, la imagen fiel de un hombre que, desde su temprana búsqueda del absoluto, ardió largamente en su propia hoguera: “La idea de convertir en ficción sus desgracias se convertiría en importante raison d'être de su escritura. Pero, para lograrlo, antes hay que vivir la desgracia”, escribe el biógrafo. Fiel a ese postulado, Malcolm Lowry dio su vida a la empresa, posible si bien suicida, de hacer de su existencia un purgatorio íntimo. Conforme el lector se adentra en la narración de Bowker (prolija, precisa, amena), le va quedando la impresión de que el verdadero martirio, la gran tragedia de la vida de Lowry, parece haber sido la de hacer de ella la materia prima de su ficción, al punto que cada anécdota pudiera servirle de material narrativo: propiciar él mismo el caos para después describirlo por escrito: “… la desgracia era un material que él sabía transformar con propósitos creadores, y también constituía una experiencia, algo infernal”. He ahí su dogma.

Hijo predilecto de la superstición y los signos aciagos, desde muy temprano Lowry supo conferir a cada hecho significativo el simbolismo exacto para dotar a su existencia del cuestionable prestigio de la catástrofe: el padre estricto; la madre déspota; la adolescencia culposa merced al descubrimiento de la sexualidad; el suicidio de su amigo de juventud y condiscípulo universitario Paul Fitte, del que Lowry se culpó toda la vida y que, acaecido en un noviembre remoto, dotó a ese mes de un aura aciaga que no dejó de perseguirlo hasta su muerte (tanto así que su obra maestra comienza en Quauhnáhuac, nombre mítico donde los haya, un 2 de noviembre, exactamente un año después de la muerte del cónsul Geoffrey Firmin, el dipsómano entrañable que, como el Lowry de Bowker, hace nuestras paradójicas “delicias”); el primer viaje a México cargado de señales ominosas; el segundo, rocambolesco, y del que salió expulsado del país; los dos matrimonios desastrados en los que Malcolm buscó, primero en Jan y luego en Margerie, la imagen de una madre bondadosa y tolerante, tan lejana de la suya.

Un pequeño detalle: líneas arriba, mencioné que Gordon Bowker emprendió su laboriosa misión con devoción, curiosidad y aparente rigor. Quisiera hacer hincapié en este último aspecto puesto que durante mi lectura detecté un par de dislates (que pasaron de largo lo mismo por los ojos de la traductora que del editor mexicanos) que, si bien no dan al traste con la enorme empresa del investigador, siembran al menos algunas dudas sobre la veracidad de otros datos contenidos en sus páginas. Que Bowker, al relatar la deportación de Malcolm y Margerie sitúe Laredo (Texas) del lado mexicano y Nuevo Laredo (Tamaulipas) del otro lado de nuestra frontera, puede pasar simplemente como una confusión onomástica. Que, en cambio, afirme que en Oaxaca estaría prácticamente al pie de los volcanes (el Popocatépetl y el Iztacihuatl, se entiende) es una aberración:

Oaxaca es una bella ciudad de indios zapotecas, cerca de las ancestrales ruinas de Monte Albán y de Mitla, y todavía más que Cuernavaca se encuentra a la sombra de los dos grandes volcanes.

Conferirle a esa pequeña urbe la cualidad de idílico paisaje literario, con sus indígeneas, sus ruinas prehispánicas y dos montañas mitológicas que en realidad se encuentran a cientos de kilómetros de ahí, resulta un exceso de tarjeta kitsch, una absurda idealización del paisaje dirigida, me imagino, a conmover a lejanos lectores extranjeros y si bien, como he dicho, estos detalles no hunden definitivamente al libro, al menos nos hacen dudar de las buenas intenciones de su autor: al relatar la infancia de nuestro escritor, ¿Bowker no nos estará tomando el pelo? ¿No lo hará al describirnos el idílico paraje de Eridanus, paraíso de Lowry sobre la Tierra? ¿Y no exagerará, en aras de un efectismo narrativo, las tropelías de nuestro dipsómano favorito durante sus borracheras? Las preguntas quedan en el aire, si bien, al final, Perseguido por los demonios se sostiene como una sólida biografía, en buena medida gracias a la fascinante figura de su biografiado.

Perseguidor perseguido, atormentado por los demonios de la precisión literaria en la que vida y trabajo se (con)funden hasta volverse una masa indiscernible, el Lowry de Gordon Bowker es la estampa fiel del escritor que, en la búsqueda y el hallazgo de su obra maestra, sacrificó, como un santo contemporáneo, carne y espíritu:

… la rauda lucha que Lowry veía dentro de sí mismo, entre el Bien y el Mal, entre la Vida y la Muerte, entre la Felicidad y la Desgracia, entre el Júbilo y la Depresión. […] La idea de que sólo en la lucha, desde la oscuridad hasta la luz, podría encontrar un tema de profundidad suficiente para la gran literatura que deseaba producir.

Seamos honestos: casi una década después de concluido, podemos admitir que sólo unas cuantas novelas pueden signar la historia literaria de nuestro convulso siglo XX. Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, es, sin duda, una fundamental. Que cada quien dé su resto.

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Gordon Bowker, Perseguido por los demonios. Vida de Malcolm Lowry, Trad. de Ma. Aída Espinosa Meléndez, FCE, México, 2008.