lunes, mayo 25, 2009

Talibanes a la mesa


[...] En un extraordinario ensayo sobre el cuestionable placer que invade al mexicano mientras se horada las tripas y siente arder la lengua creyendo que se alimenta, Juan Villoro describe un rasgo esencial del perfil gastronómico de aquél (que también soy yo): “… ya no sabe si le gusta lo que le pica o le pica lo que le gusta.” Esta especie de fundamentalismo culinario genera cualquier cantidad de incomprensiones, malentendidos y distanciamientos de doble sentido: por un lado, nos hace creer que quienes no comparten nuestro inflamable placer viven en el error (cuando las gastritis, colitis, úlceras y demás dolencias gástricas que padecemos diariamente nos demuestran que los necios somos nosotros); por otra parte, hace pensar a quienes nos observan azorados que nuestra irritante afición es una forma del sufrimiento. Tampoco. Podríamos decir que se trata de un bondage culinario: un refinado placer, un goce perverso que solamente quienes desde los dos o tres años hemos curtido nuestro paladar en los rigores primero de caramelos y frutos enchilados, y más tarde de pipianes, chilaquiles, adobos, moles de olla y pozoles rojos podemos comprender. Lo otro ―las agruras y los retortijones, la membresía en el consultorio de algún gastroenterólogo calificado o de perdida con un médico de barrio― es el precio que siempre estaremos dispuestos a pagar.

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Este es un fragmento del ensayo que leí para el podcast de la edición digital de Letras Libres. Pueden escucharlo completo y/o en una de esas hasta descargarlo en el website de la revista o darle clic a este enlace: http://www.letraslibres.com/index.php?art=13825 . Si notan en mi voz cierto magnetismo sensual, no se emocionen, es que andaba ronco.

2 Comments:

Blogger Luis Vicente de Aguinaga said...

¡Mira, tú! ¡Ahora resulta que los esclavos del chile, contigo en primera fila, tienen todo bajo control y dominan la situación! Lo mismo alegarán los heroinómanos, los aficionados a la Selección y los lectores de José Agustín y Carlos Fuentes: "No, no estoy sufriendo, sino gozando; además, cuando yo quiera, dejo de hacerlo..."

Mejor admite dos cosas: que ponerle chile a la comida es insultar al cocinero y que ningún ensayo de Juan Villoro es "extraordinario". Y que las paletitas enchiladas con forma de mazorca no representan los primeros minutos de una pasión sino los últimos de un paladar (y de a'i pa'l real). Y que si andabas ronco a la hora de grabar tu mensaje no era por culpa de la influenza porcina, sino del puerco chile verde con que te dejaste influir minutos antes...

10:55 a.m.  
Blogger Víctor Cabrera said...

Ah, méndigo: no se te va una. Vaderetro y dirige tus baterías contra Evodio y los caballeros (es un decir) del Círculo cuadrado.

11:39 a.m.  

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