viernes, octubre 17, 2008

Nota para un Génesis marino

Luis Paniagua, Los pasos del visitante,
UNAM/Dirección de Literatura
(Ediciones de Punto de partida, núm. 3),
México, 2006.


Hace ya algunos años, cuando mi amiga y colega editora Carmina Estrada preparaba Un orbe más ancho, la muestra de poetas nacidos en las décadas del 70 y 80 del siglo pasado y publicada por la Dirección de Literatura de la UNAM, una de las voces que más me interesó fue la de Luis Paniagua (San Pablo Pejo, Guanajuato, 1979). A diferencia de las de otros autores incluidos en ese libro, cuyas poéticas me resultaron atractivas por su inserción en, permítaseme el oxímoron, cierta tradición vanguardista latinoamericana, lo mismo hermética u oscura que torrencial y desbordada, la de Paniagua atrapó mi atención por ubicarse justamente en el polo opuesto.

Aquellos poemas, ganadores en 2004 del certamen de la revista Punto de Partida, algunos de los cuales forman parte de Los pasos del vistante, me sorprendieron por la nitidez de sus imágenes y por su calculada contención. Nada en ellos parece excederse hacia la pirotecnia lingüística o conceptual. Los de Paniagua son dardos que, al atinar en su blanco, estallan en silencio:

Grito pájaro
Y el eco me devuelve
Una parvada…


Ésta, la contundencia de un vuelo tumultuoso encapsulado en tres versos, es la misma con la que Luis Paniagua ha edificado su primer poemario individual. Dividido en tres secciones, cada una de éstas representa una estación distinta en el periplo hacia un naufragio apenas presentido (ese naufragio que, al final, acaso sea todo amor), y en el que la voz poética se asume visitante de un territorio ajeno, turista de paso por las cosas, viajero que zarpa de un puerto al que un día regresará irremediablemente devastado.

Así, en “Croquis sobre el mar”, el primero de los tres apartados del libro, el poeta se da a la tarea de construir un paisaje marino que será lo mismo escenario de fondo que, a la larga, vehículo de nostalgias e íntimas catástrofes. Jugando a ser el dios de sus propias creaturas (barcazas, faros, olas, farallones), Paniagua inventa un océano personal como en el primer día del mundo:

En el alba
el canto del gallo
es un mástil:
reverdecen unos barcos
ya hundidos.

Paniagua atrapa al vuelo esta imagen auroral que abre su libro para introducirnos en un territorio aparentemente diáfano, pero que irá ganando densidad a medida que la lectura avance. Ya en la primera página, el poeta funda un día que habrá de progresar inexorablemente hacia su ocaso.

Visuales en la medida en que todo en ellos nos remite a las imágenes evocadas por su autor, estos poemas apelan a la mirada para suscitar nuestro asombro, como si inmediatamente después de leerlos hubiera que cerrar los ojos para contemplar mejor esas postales en movimiento:

Escribo mar
y el agua salpica esta página.


Efectista por efectivo, Luis Paniagua asume el riesgo de quien conoce sus recursos retóricos y los maneja con soltura. Los resultados, sin embargo, no son siempre los mismos. Por momentos, a mi parecer los menos afortunados del libro, aunque también los menos abundantes, los afanes minimalistas de Paniagua desembocan en una simpleza grandilocuente:

Eres,
mar,
la palabra
más grande.

O:

Parpadea la mañana
en medio de la maraña
de existir.


En otras ocasiones, ese deseo de síntesis cede a la tentación de explicar de más. He aquí un ejemplo:

Acaso también eres un genio
y tu nombre, mar,
como una lámpara,
da peces de luz.


Me pregunto si no sobra ahí el primer verso, si no se concentra el poema en los tres siguientes: “…tu nombre, mar/ como una lámpara/ da peces de luz.” En todo caso, estos no me parecen descuidos verdaderamente graves para un libro (un primer libro) cuyo conjunto va más allá de esas concesiones que, en el fondo, todo poeta suele permitirse.

“Las habitaciones de abril”, segunda sección del libro, es el mediodía que sigue a aquel amanecer en el que dios hizo el mar y sus bártulos. En ésta, entran en acción dos personajes, Él y Ella, Adán y Eva redivivos en el caldeado edén portuario de un cuarto de hotel donde entran en juego esas dos fuerzas de la naturaleza: mar y amar:

Es el calor una espuma rijosa, lengua de la noche emboscada en su pedestal salitroso.
Apagadas vértebras del cielo, las apenas estrellas.
Él y el equipaje como brazo derecho; Ella cansada, mientras las niñas de sus ojos sueltan en la atmósfera pesada sus palomas rotas.
En el primer hotel hallado, la piel arde su Troya.


Ajenos al orbe, sudorosos tras los muros de su deseo en esa calurosa habitación copada por ominosos símbolos mareños, los amantes se convierten paulatinamente en sus propios fantasmas, pasajeros en tránsito de un paraíso que no los contiene:

Nadie abre la ventana:
Afuera crece el mundo con la mirada ausente.


Todo allí parece condenarlos y ellos, sin saberlo bien del todo, avanzan hacia un desastre impostergable:

Ella duerme. Sueña un mar debajo de sus párpados.
Él sabe que su sueño predica ya el naufragio.

Así, el último poema de esta estación ("Todo azul. Todo oleaje./ Es de pronto la playa toda, sólo Él y su cuaderno.") y su apostilla ("¿Qué dioses te lloraron/ antes de mí, mujer/ que existe el mar?") anticipan el tono pesaroso que invade el último apartado.

“Las lenguas de la arena” es, finalmente, el crepúsculo ineluctable presentido desde aquel amanecer que es la primera sección. “Corridas las cortinas de la noche”, reza el primer verso, y en seguida sabremos que lo que fue celebración y asombro de un mundo en ciernes no será ya más que abono de nostalgias:

Hay un mundo más allá
De todos los naufragios:
El recuerdo de una tarde clara
Y las barcas flotando livianas
Como peces muertos.

“La memoria es una playa/ mojada por el tiempo”, escribe Panigua. Una playa a la que, pasada la tormenta, y tras la expulsión de un paraíso terreno por sensual, vuelve el náufrago guiado por el mapa de la melancolía para contemplar la huella de sus pasos en la arena.

Tradicional en el mejor sentido del término, Paniagua no rehuye influencias ni evade precursores, por el contrario, pretende, precisamente, insertarse en esa tradición (la de la poesía mexicana) adocenada y rancia, de acuerdo con algunos, vivísima y sólidamente asentada en sus raíces, según yo.

Si ya en “Norte”, la sección que le corresponde en el poemario colectivo Al frío de los cuatro vientos (Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2006), Luis Paniagua revela la atenta lectura de la obra paceana, en Los pasos del visitante evidencia otras lecciones aprehendidas:

Están allí la voluntad sintética de cierta poesía oriental pasada por los ojos del propio Paz y de Tablada; un parentesco con las postales de Mar de fondo y, señaladamente, con las estampas eróticas de Por amor a Fosca, de Francisco Hernández, lo mismo que con algunos poemas costeños de Un navío un amor, de José Luis Rivas. Pienso incluso en un par de versos de Jaime Sabines en los que está contenido el espíritu de estos poemas de Paniagua: “Del mar, también del mar/ de la tela del mar que nos envuelve”.

Estos pueden ser faros posibles dentro de un mar vastísimo de combinaciones. Observo, sin embargo, un vínculo notorio de este libro con las Canciones para cantar en las barcas, de Gorostiza. No podría asegurarlo, pero lo aseguraría: mientras su autor escribía estos versos tuvo presentes, consciente o inconscientemente, los del poeta tabasqueño para entablar un diálogo con ellos. Comparemos, por ejemplo, esta alborada de Gorostiza:

El paisaje marino
en pesados colores se dibuja.
Duermen las cosas. Al salir el alba
parece sobre el mar una burbuja.
Y la vida es apenas
un milagroso reposar de barcas
en la blanda quietud de las arenas.


con este atardecer de Paniagua:

En el abrevadero del muelle
Beben las barcas suspendidas
Cae el sol de las cinco de la tarde;
A estas horas
El puerto es una bestia dormida
Y el mar su quieto sueño.

A diferencia de buena parte de sus coetáneos, quienes miran atentos hacia otras latitudes en busca de referentes pasados o inmediatos, Paniagua ha preferido, por el momento, explorar esta veta en pos de sus mejores diamantes, en una búsqueda fructífera hasta ahora.

Es de celebrar la publicación de Los pasos del visitante y la apuesta lírica de Paniagua justo hoy, cuando unas cuantas voces acusan ranciedumbre en aquello que no les parece confusa y uniformemente “contemporáneo”.

(Los pasos del visitante se editó a finales de 2006. Éste fue mi texto de presentación del volumen; fue leído en febrero de 2007 en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería y, en la primavera de ese mismo año, publicado en el número 40 de la ¿ya desaparecida? revista Alforja. Lo pongo aquí, casi dos años después, como un mero gesto de amistad hacia Lucho Paniagua, el Coreano de Cuautitlán. Salut.)

7 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Òrale! Gracias por publicar la nota, Vic. Yo ya ni me acordaba de ese libro, jajaja.

Saludos,

lp

6:10 p.m.  
Blogger EV said...

hola Vic, oye de quién es el poema "Eva observa parvadas que huyen del encuadre" ? de Paniagua?

te mando un abrazo enorme
e.

10:42 p.m.  
Blogger Luis Vicente de Aguinaga said...

Si un día me decido a releer 'Un orbe más ancho' voy a poner más atención en los poemas de Luis Paniagua. Es lo malo de las antologías: desorientan más que informar. Y si uno, como yo, no sabe ni leer, pues peor te cuento. Luego por eso me quieren borrar del mapa en el Círculo de Poesía.

Otro asunto, Victorio: ya puse mis poemas de la nueva 'Crítica' en la página de mis andanzas. A ver si así dejas de moler.

Va un fuerte abrazo.

7:09 p.m.  
Blogger Víctor Cabrera said...

Queridos amigos:

1. Paniagua: Nada que agradecer, hombre. En realidad no sé por qué no había subido antes aquí esta reseña. Te la debía, así que ahora quedamos a mano.

2. Eva: No, esas parvadas que observa tu tocaya son mías y no de Luis, que, no obstante, también tiene las suyas que surcan cielos clarísimos.

3. Luisvirrey: De acuerdo con lo de las antologías. Yo pienso que funcionan como brújulas, aunque a veces como bien dices (últimamente señalan al sur) sólo desorientan.
En cuanto a tu incapacidad ya no exegética sino lectora, quién te manda a irte a meter a esos "sitios" de mala muerte en los que uno tiene que leer no sólo lo que escriben sino hasta lo que no.
En cuanto a lo de los poemas de Crítica, gracias por la complacencia. Ahora mismo corro a leerlos.

Abrazos a los tres:

vc

7:44 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Ya releí todo el texto y, pinche Vicky Cab, yo qué tengo la culpa de que mis ancestros orientales estén a punto de conquistar el mundo.

Saludos,

lp

7:46 p.m.  
Blogger EV said...

yo quiero leer tu poema!

pásamelo, anda si?


:D

12:17 p.m.  
Blogger Bismark Estrada said...

Excelente reseña

Me ha gustado mucho la poesía del señor Paniagua...

Emmm bueno tendria que vivir mas cerca del centro para conocer mas un poco de esto supongo... pero bueno que chido pasar y encontrarme con este material y tenerlo en cuenta.

Saludos

1:47 p.m.  

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