Variación sobre un tema de Bill Evans
Deberías creer en la primavera,
en la alta fronda del deseo inapelable,
en su electrificado aire de pureza.
Todo es así:
entero y tenso,
tangible en su espesura sensitiva.
Corpórea y densa,
propicia no al color sino al incendio,
se desangra la estación en sus envenenados gajos.
Amarillos racimos de la sed,
abiertos frutos de la hora.
Arde el día en su andamiaje de figuras transitorias:
el emplumado dardo del gorrión concreto,
el colorín, de alfanjes colorado,
la violácea invasión de la tupida jacaranda,
el tosco amor de las febriles bestezuelas.
Todo es, repito, inaplazable y cierto.
Es lo que es: un lance pasajero.
Podrías, entonces, creer
o sólo darte a eso.
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