miércoles, agosto 20, 2008

Surfistas de la Nueva Ola

Tenía yo 16 o 17 años la primera vez que vi Sin aliento, el film noir de Jean-Luc Godard con Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg (los tres tocayos, ahora me doy cuenta). Debo confesar aquí que, lejos del asombro, mi primera impresión ante aquella película fue de desconcierto absoluto:

Acostumbrado como había crecido a los efectos especiales y al virtuosismo técnico del cine estadounidense ―de Cecil B. de Mille a Steven Spielberg―, a la entretenida velocidad narrativa de Volver al futuro, a la maravillosa ligereza de Vaselina (la inolvidable con Olivia y Travolta, no el bodrio ochentero de la banda Timbiriche), e incluso a la exactitud preciosista de Stanley Kubrick (cuyo cine había descubierto apenas dos años atrás con la extraordinaria Full Metal Jacket, a la que poco después se sumó Naranja mecánica, que vi cerca de 10 veces en un año), aquella película francesa me resultó no sólo tediosa y chocante sino realizada por un matancero y editada por el sastre del monstruo de Frankenstein. No encontraba, a esa edad, ninguna explicación para esos cortes abruptos entre una escena y otra, para esas disrupciones de toma a toma, por no hablar de los actores, que todo el tiempo miraban a la cámara y se comportaban como si supieran (como de hecho lo sabían) que los estaban filmando. Y sin embargo...

Había algo ahí, en aquella calculada tomadura de pelo, algo cautivante y hermoso en esa forma casi artesanal de narrar mediante imágenes visuales, algo más, un misterio latente, en el cinismo y el desparpajo con el que Belmondo se conducía como un ciudadano más por las calles parisinas, haciendo de la evidente fealdad su sex appeal (como pocos años más tarde lo haría también Mick Jagger, quien por cierto, y no por casualidad, aparece en Simpathy for the Devil, las míticas sesiones de grabación de ese tema emblemático de los Stones filmadas por el cineasta francés y montadas, ulteriormente, en una mafufada digna del 1968 que exigía "la imaginación al poder"); y qué decir de la también evidente belleza de Seberg voceando el Herald Tribune por Champs Élysées. Definitivamente, algo seductor se gestaba en esa historia gangsteril absurda e imposible pero absolutamente verosímil apenas uno estuviera dispuesto a creerla.

Lo supe algunos años después, no sólo cuando volví a ver (ya con una culturita cinematográfica menos endeble) A bout de souffle y otros filmes de Godard (Pierrot el loco, Una mujer es una mujer, Band à part) sino otros de sus paisanos contemporáneos como Chabrol, Resnais, Malle y principal, fundamentalmente de François Truffaut: Los 400 golpes y la saga entera del entrañable Antoine Doinel, Disparen contra el pianista, La piel suave, Jules y Jim:

Lo que había ahí, en todas esas películas, detrás de aquellas imágenes, de los rostros inolvidables de Jean-Pierre Léaud, Jeanne Moreau, Belmondo, Françoise Dorléac, Alain Delon o Brigitte Bardot era otra forma de concebir y hacer Cine (así, con mayúsculas), una nueva mirada ―o mejor, un cúmulo de ellas―, desacralizadora, iconoclasta, sin afeites ni imposturas, que observa y retrata sin filtros preciosistas los hechos comunes y las historias cotidianas, nuestros pequeños grandes dramas de cada día: la infancia y su final inexorable, el descubrimiento del amor y la separación de los amantes, el matrimonio y sus mieles agridulces, la muerte como una broma cruel pero una broma al fin y al cabo. Lo que había y felizmente sigue habiendo en todas esas películas es una manera de ver el mundo que apela de manera inteligente a nuestros sentimientos más íntimos y profundos y, sobre todas las cosas, a la libertad: más que una nueva ola, un tsunami poderosísimo y refrescante.

No fue menor la admiración y el entusiasmo con que esos cineastas galos fueron recibidos hace cinco décadas por la crítica mexicana. Para dejar constancia de ese hecho, y de paso celebrar los 50 años de aquel movimiento renovador, la Cineteca Nacional proyectó durante el mes de julio un ciclo retrospectivo con las películas señeras de la llamada Nueva Ola francesa y publicó el libro conmemorativo Nouvelle Vague: Una visión mexicana, que reúne los artículos y reseñas que a principios de los años 60 del siglo pasado generaron películas como Hiroshima mi amor, El fuego fatuo, El año pasado en Marienbad, Los primos, Los amantes, Sin aliento y Los 400 golpes. Aparte de los textos de críticos imprescindibles como Emilio García Riera, Tomás Pérez Turrent y Jorge Ayala Blanco, se incluye una reseña de Salvador Elizondo sobre L'anneé derniére á Marienbad, un par de ensayos de José de la Colina sobre Jules y Jim y Godard, respectivamente, además de dos textos más de Jomí García Ascot. También ―como si nos interesaran demasiado― se presentan testimonios de los cineastas Felipe Cazals, Arturo Ripstein y Paul Leduc sobre su experiencia como espectadores de la Nueva Ola.

Enceren sus tablas.





José de la Colina, Salvador Elizondo, Emilio García Riera et al., Nouvelle Vague: Una visión mexicana, Cineteca Nacional, Embajada de Francia en México, Alianza Francesa de México, Fundación Televisa, México, 2008.

6 Comments:

Blogger Luis Vicente de Aguinaga said...

Me desconcierta la última frase de tu artículo, Víctor: "Como si eso nos importara". ¿Como si nos importara qué cosa? ¿La opinión de Ripstein, Cazals y Leduc? En efecto, a lo mejor ni nos importa ni tiene sentido conocer esa opinión, pero ¿qué caso tiene ser tan agresivo? Así las cosas, yo mejor cito de memoria el extraordinario parlamento de Belmondo (a la cámara, por supuesto) en 'Sin aliento', cuando va en la carretera del Midi a París: "Si vous n'aimez pas la campagne, si vous n'aimez pas la ville... allez vous faire foutre!" Ni más ni menos: al que no le guste ni sandía ni melón, que se joda ruidosamente. Saludes.

11:25 a.m.  
Blogger Víctor Cabrera said...

Querido Luis Vicente:

Tienes razón. Yo también había pensado ya en la impertinencia de mi comentario. Lo que pasa es que ayer amanecí de malas y con agruras: debió de haber sido que se me quedó atorado en el cogote un comentario de ese enorme cineasta que es el señor Cazals en el que desdeña y hasta ningunea a los surfistas franceses y afirma que él nada le debe a su cine (como ha sido más que evidente: en honor de Alphaville o de Antoine y Colette tengo que decir que, bendito sea Dios, en nada se asemejan a Las Poquianchis, Rigo es amor o Desvestidas y alborotadas. 'Ora sí que "to each his own"). Que se joda entonces, como bien dices, Cazals, y con él Leduc, Ripstein, González Iñárritu, los Cuaron Bros (que vienen siendo algo así como nuestros Coen región 4). He dicho.

(¿Se nota que hoy tampoco me tomé mi Melox emocional?)

Abrazo de:

vc

1:58 p.m.  
Blogger Víctor Cabrera said...

LV:

Una de las ventajas de este medio electrónico es que uno puede atender observaciones como la tuya y, si no desdecirse, al menos ponerle un poco de canela a su mala leche. Dicho lo cual, aclaro que la agrura con que cerraba este artículo ha sido debidamente maquillada.

Salut.

6:10 p.m.  
Blogger Luis Vicente de Aguinaga said...

Pues mira qué afortunado es Godard: ¡Felipe Cazals no le debe nada! Tanto mejor, porque así no tiene que languidecer esperando que le pague. Y es que, si hemos de ser escrupulosos, deberle a Godard así sea un franco suizo de 1965 ya se habría traducido, a estas alturas, en miles de millones por concepto de simples intereses, y eso no hay IMCINE que lo malgaste. La verdad es que, artísticamente hablando, basta un solo interrogatorio de 'Alphaville' para costear la obra entera (si a eso se le puede llamar obra) de casi todos nuestros "realizadores" nacionales. Y es que semejantes directores, aunque ricos en talento, resultan inmoralmente avaros a la hora de invertirlo. Ya se ve con qué resultados.

10:02 p.m.  
Blogger Daniel Saldaña París said...

Viva la Nouvelle Vague. Gracias al ciclo de la cineteca volví a ver, ahora en pantalla grande, muchos de mis meros moles del cine de todos los tiempos. Buen post, querido Víctor. Dejo este comentario entusiasta, más que por su contenido, para que sepas que soy visitante devoto (si bien un tanto tímido: rara vez comento) de esta tu bitácora "onlain".
Un abrazo fuerte (y no le bajes al tono de tu mala leche).

6:20 p.m.  
Blogger Víctor Cabrera said...

¡Qué onda, Daniel! N'ombre, pues un gustazo y un honor saber que te das tus vueltas por acá. En cuanto al tono de mi mala leche, no es que piense bajarle sino que, redactada como estaba la frase final de este post parecía que me valían madre lo mismo las opiniones de Cazals, Leduc y Ripstein (que, efectivamente, me valen verga) que las de, por ejemplo, Elizondo, De la Colina y García Riera. Y pos' no.

Un abrazote redundante (es decir, grande).

vc

10:33 p.m.  

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