jueves, mayo 17, 2007

No te sulfures, Big Brother

Amélie Nothomb, Ácido sulfúrico (traducción de Sergi Pàmies), Anagrama, Barcelona, 2007.

“Llegó el momento en el que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo”. Bajo esta afirmación categórica, la escritora belga Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) construye a la vez que una fábula contemporánea sobre el Bien y el Mal una crítica feroz a los excesos de los medios masivos de comunicación, en particular a la televisión y a su engendro más reciente: los reality shows.
Ideado como un espectáculo extremo, Concentración, la producción televisiva europea de la temporada, es una explosiva combinación de Big Brother (el programa de la productora holandesa Endemol, se entiende) y Auschwitz (el campo de exterminio nazi), un reality brutal en el que los concursantes, escogidos al azar y reclutados forzosamente en las calles de París, son conducidos como reses a un campo de concentración para ser sometidos frente a las cámaras a absurdos trabajos forzados y a las mayores vejaciones para superar, semana tras semana, la ardua prueba de conservar sus vidas ante un teleauditorio que crece día a día hasta alcanzar la cota ideal del 100 por ciento de los espectadores.
Es éste el escenario en el que se desarrolla la historia de Panonnique y Zdena. La primera, rebautizada con el número de concursante CKZ 114, es el emblema de la belleza y de los valores con los que tradicionalmente se suele identificar la noción del bien en occidente. La kapo Zdena, por el contrario, es una joven de aspecto atroz, desempleada y sin instrucción, encargada de infligir, junto con otros kapos, toda clase de castigos y humillaciones a los participantes del show con tal de hacer crecer un rating de por sí apabullante. Ajena a toda pureza y curtida en el resentimiento, Zdena se verá paulatina pero inexorablemente atraída por la superioridad física y moral que le representa Panonnique, una suerte de Espartaco y Gandhi reunidos en una figura femenina.
A partir de esa oposición emblemática, Nothomb, dueña de un estilo vertiginoso y de fácil digestión, crea una alegoría de tintes claroscuros en la que evidencia lo mismo el morbo y la gazmoñería de las sociedades mediatizadas, capaces de escandalizarse ante la crueldad pero igualmente dispuestas a tolerarla y hasta alentarla; en ese sentido, la autora no puede dejar de tomar partido (y de paso hacer que sus lectores lo tomen) por aquello que de mejor encuentra en la especie humana.
Leído así, este libro podría resultar de un maniqueísmo chabacano, semejante al de alguna de las emisiones televisivas que la propia autora cuestiona. Sin embargo, y como lo afirmé al inicio de estas líneas, se trata de una fábula que no renuncia a su cometido didáctico, porque eso, antes que una novela, es Ácido sulfúrico: un instrumento moralizante en tanto que opone a la naturaleza de un mal omnívoro la noción de un bien sustentado en valores occidentales (léase judeocristianos) como la belleza, el sufrimiento, la compasión y el sacrificio, al tiempo que alerta al lector-televidente de los riesgos de la deshumanización como espectáculo (y esto, en una época en que incluso el trabajo literario se pretende someter al voto de la masa como autoridad crítica, no parece poca cosa).
Esta breve reseña aparece en el número 0 de la revista Acentos, que se presenta hoy jueves 17 de mayo en el bar Layla del Centro Histórico de esta ciudad capital.