viernes, enero 09, 2009

Una crónica cachaca

En mayo de 2008 asistí, como parte de una nutrida delegación de poetas mexicanos, al XVI Festival de Poesía de Bogotá. Esta es la primera parte de una crónica a destiempo de algunos de aquellos días. El texto completo está en la sección "Espacios" del Periódico de Poesía.

Para Fede Díaz-Granados

Balas que no matan

Llegué al aeropuerto El Dorado, de Santafé de Bogotá, a las 2 de la tarde del viernes 23 de mayo de 2008. Apenas 24 horas después, pude constatar la proverbial empatía entre México y Colombia cuando me dio la bienvenida, en medio de un almuerzo, un sismo de 5.7° en la escala de Richter, magnitud suficiente para alarmar a un sobreviviente del terremoto mexicano de 1985 que, a más de 3 mil kilómetros de su hogar, esperaba cualquier otro recibimiento. “Me siento como en casa”, les dije con una sonrisa nerviosa a mis anfitrionas de aquel día.

Por la noche, en Gaira Cumbia House, el afamado restaurante de los hermanos Vives al norte de la ciudad, las conversaciones en todas las mesas se centraban en el doble terremoto de la tarde: el que interrumpió brevemente mi almuerzo, y el desatado por el ministro del Interior con el anuncio de la muerte, en marzo de este 2008, de Manuel Marulanda, el comandante “Tirofijo”, el guerrillero en activo más viejo del mundo y figura emblemática de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En la nación de la cumbia y el vallenato y de las trepidantes caderas de Shakira, los movimientos telúricos parecen extenderse mucho más allá de la superficie.

Me lo confirma el propio Carlos Vives al saltar al escenario:

―¿Sintieron el temblor ―pregunta a una clientela compuesta principalmente por jóvenes adinerados, gomelos bogotanos con ganas de rumbear pero sin salirse del libreto que les dicta la escala social o, como diríamos en la Ciudad de México, fresas reventados―. ¡Pues vamos a seguir temblando! ―amenaza el famoso cantante antes de iniciar con el primer vallenato de la noche. En una pausa de su grupo guajiro, Vives saluda a los comensales de la mesa presidida por su primo, Federico Díaz-Granados, uno de nuestros anfitriones en el xvi Festival Internacional de Poesía de Bogotá, dedicado en esta edición a México y organizado por el poeta y editor Rafael del Castillo.

Al micrófono, el músico afirma que siempre es bueno tener un poeta en la familia, así nomás sea para decir que hay un poeta en la familia. (Habría que preguntarles, pienso, a mis parientes de Chiapas qué se siente tenerme entre su grey, a ver si es cierto).

―Un aplauso para ellos ―pide Vives a la clientela de la noche―. Porque la poesía también dispara balas… balas que no matan.

El símil llama mi atención: Colombia es un país cruzado por tal violencia atávica que ni siquiera el quehacer poético escapa aquí a su influencia. En la tierra de la guerrilla más antigua del orbe y de los narcotraficantes carismáticos, donde el transcurso de las eras se mide en años-cautiverio (el tiempo que un secuestrado dura en manos de sus captores), y donde se diluyen las fronteras entre un hijueputa paramilitar y un político encantador, sólo los versos son proyectiles de salva.


El autor a las puertas de la Casa de Poesía Silva, en el barrio La Candelaria, donde vivió y murió José Asunción.













"Intervención poética" en el Chorro de Quevedo.


El autor posa en la plaza Bolívar.

4 Comments:

Blogger Grandes y Grandes said...

Buen blog eh!!!


saludos!

10:17 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

Interesante crónica, amigo, procuraré regresar por este paraje...

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado

12:27 p.m.  
Blogger Giovanni-Collazos said...

Buena crónica, no tenía conocimiento de este blog, gracias a la recomendación de Batania llego hasta aquí.

Un abrazo.

Gio.

4:52 a.m.  
Blogger Víctor Cabrera said...

Gracias a ambos tres por su visita y sus comentarios.

vc

10:56 a.m.  

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