viernes, febrero 08, 2008

Episodio del ave concursante*

Portada de la versión original de Sesos de pájaro,
prolija biografía no autorizada del Ave protagonista de este episodio célebre,
escrita por la eminente naturalista Candace Savage.

A Raúl Carrillo

Quienes pudieron conocerla no alcanzan a recordar su oscura cuna, y mientras algunos afirman que se trataba de una cigüeña, otros aseguran que era una garza de grande altura. Sin embargo, todos están de acuerdo en que desde su mocedad algún talento tenía para eso de inventar historias y escribirlas, tanto que hoy es preciso guardar su memoria en los anales de las letras patrias.
xxxxxAquel pájaro lo hacía bien, y alentado por las palmadas cariñosas de sus amigos lo hacía copiosamente, de tal suerte que cierto día se dio cuenta de que contaba ya con una abundante obra inédita, desconocida para el grueso de la población que diariamente pasaba de largo frente a él, ignorante de sus ocultas virtudes.
xxxxxAsí que uno de esos días su espíritu optimista decidió revelarse al mundo e inscribió su obra en un concurso. Y le fue tan bien que en seis meses no supo nada de ella. Pero una vez llegado el séptimo recibió una carta firmada por el Presidente del Jurado -quien por cierto era el Cuervo Mecenas, afamado protector de los virginales talentos de la comarca- en la que se le informaba que su obra había sido recibida con gusto y leída con atención, y que si lamentablemente no había obtenido ninguno de los premios no se debía este hecho a su falta de calidad, sino al abundante número de textos recibidos (más de quince).
xxxxx“El Jurado que encabecé pasó arduas horas de deliberación en busca de una decisión justa -escribió el Cuervo-, y finalmente optó por conceder los premios estipulados a...”, y enseguida se anexaba la lista de ganadores, entre los que figuraban (a propósito de talentos virginales) dos tórtolas a quienes se ligaba sentimentalmente con el Presidente del Jurado, además de un gorrión sobrino suyo.
xxxxxSin amargarse ni mucho menos, el Ave decidió dejar que su talento madurara y esperó el año siguiente para intentar de nuevo. Mientras tanto, se dedicó a escribir una novela y dos tomazos de cuentos y, sobre todo, a cultivar la amistad del Cuervo.
xxxxxLlegados el tiempo y la convocatoria, el Ave envió su obra reciente al certamen, segura de que en esa ocasión las cosas mejorarían. Pero no ocurrió así; los laureles correspondieron a una Trucha muy ducha para escribir novelas históricas y a cierto Huachinango bastante versado en la narrativa picaresca.
xxxxx“El Jurado que encabecé pasó arduas horas deliberando y finalmente tomó la decisión que consideró más sabia -le escribió el Maestro Pez, admiradísimo letrado de la región y padrino intelectual de los vencedores, quien fungió como Presidente del Jurado, muy a pesar del Ave, quien debido a su amistad con el Cuervo Mecenas se hacía ya ganadora. No obstante continuó con dicha relación, y se hizo también merecedora del aprecio del Maestro Pez, la Oveja Novelista, el Sapo Literato y de Maese Pato, entre otras figuras que encabezaron los jurados en los años siguientes.
xxxxxEn todo ese tiempo el Ave logró publicar muchos de sus textos en revistas y suplementos dirigidos por algunos de sus nuevos amigos, pero de ganar algún premio, nada. Incluso en alguna ocasión los miembros del Jurado propusieron otorgarle una Mención Honorífica por el tesón que había demostrado en tantos años, pero el Lobo Estepario, escritor de comedias existenciales, y quien en aquella ocasión encabezó el Jurado, observó los inconvenientes de tal idea, pues la gente común podría llegar a creer que el Ave se había valido de las amistades que ya todos le conocían para lograr tan alta distinción. De tal suerte que la mención le fue otorgada al Lobo Feroz, connotado autor de psicodramas infantiles.
xxxxxCon un estoicismo aprendido en quién sabe qué jaula, el Ave porfió en no atender los desdenes de los jueces y continuó dedicada a su obra, que en honor a la verdad era cada vez más depurada, sobria, analítica y a la que ya habían vuelto los ojos los críticos y especialistas de otras naciones y otras lenguas. Dentro de su país tampoco le faltaban seguidores, y en los círculos cultos se hablaba ya de su estilo como una escuela literaria. Pero de premios, nada de nada.
Con el paso de los lustros el Ave logró cierta celebridad y cuando salía a la calle algunos iniciados lograban reconocerla:
xxxxx- Mira -se decían-, es fulana, el Ave Concursante.
xxxxx- ¡Oh, sí! ¡Cuán grande es!
xxxxxY esa fama le valió finalmente el reconocimiento -si bien no de la manera que se esperaba-, pues luego de quince o dieciseis años de ininterrumpida participación, los organizadores del Concurso de Narrativa de X., su pueblo natal, pusieron por fin los ojos en ella, y mediante una carta con mucha pompa le hicieron saber que era “un honor comunicarle que debido al insoslayable prestigio de su obra, a su talento y capacidad artísticos, a la más que favorable influencia de sus textos sobre las nuevas generaciones, y a su intachable conducción personal demostrada a lo largo de los años”, había sido elegida para encabezar el Jurado que ese año otorgaría tan prestigioso premio.
xxxxxAl principio el Ave Concursante se puso muy contenta, pues de alguna forma veía coronados sus antiguos e infructuosos intentos, pero se desencantó cuando el teléfono, emisario de amigos nuevos y viejos que sólo querían saber cómo estaba, saludarla, y de paso enterarla de que habían ya inscrito su obra en la competencia, comenzó a sonar incesantemente.
xxxxx- Le recuerdo mi amistad incondicional -le dijo el Cuervo Mecenas.
xxxxx- Cuente conmigo para cualquier cosa que se le ofrezca, amigo Pájaro -ofreció la Oveja Novelista.
xxxxx- Soy toda suya, Maestro -le insinuó una Grulla, narradora principiante.
xxxxx- A ver cuándo comemos -sugirió malévolamente el Lobo Estepario.
xxxxxA tal punto agobiada, el Ave leyó los textos concursantes y en cada uno encontraba calladas virtudes, escondidos guiños que le recordaban en todo momento su entrañable relación con este o aquel autor. El veredicto se le planteaba difícil, pero en el último momento aquella Ave Presidente del Jurado, al igual que todos sus antecesores, tomó una decisión salomónica: declaró el premio desierto, envió a cada uno de los participantes una carta de consolación firmada de su puño y letra, y en secreto se declaró a sí misma el único talento de aquellas tierras.

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*Esta fábula forma parte de mi libro Episodios célebres, editado en 2006 por el Instituto Mexiquense de Cultura, en Toluca. La escribí hace ya diez años, en una época en la que, a pesar de haber pasado por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, tenía prácticamente nulo contacto con escritores, círculos literarios, concursos y premios; la escribí, junto con otras que componen el breve volumen, para distraerme de las larguísimas y tediosas horas que pasaba en una oficina de la que, ay, quisera no acordarme. Sobra entonces decir que los personajes y las situaciones aquí descritos son absolutamente producto de mi imaginación, por lo que cualquier semejanza con cualquier realidad es pura y dura coincidencia. VC

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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11:18 a.m.  

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