jueves, diciembre 10, 2009

Un lenguaje a través de la humareda

Eduardo Chirinos,
Humo de incendios lejanos,
UANL-Aldus, México, 2009.


En las primeras líneas de El orden del discurso, la célebre lección inaugural de la cátedra que en 1970 dictó en el Collège de France, Michel Foucault manifiesta su deseo de no iniciar, de no emprender ningún discurso; no tomar la palabra sino verse repentinamente envuelto en ella como por un flujo del que se fuera solamente un medio (o, para decirlo un tanto esotéricamente, un médium), un accidente apenas perceptible en su perpetuo discurrir. “Me habría gustado —dice Foucault— darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde hacía mucho tiempo […]. No habría habido por tanto inicio; y en lugar de ser aquel de quien procede el discurso, yo sería más bien una laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su posible desaparición.”

Algo de aquel deseo del filósofo francés se percibe en Humo de incendios lejanos, el libro de poemas más reciente del peruano avecindado en Montana (EE.UU.) Eduardo Chirinos, al que no se nos ha terminado de invitar a entrar aún cuando ya somos arrastrados por el vértigo de su sustancia verbal, una que desde el principio —pero, ¿hay ahí un principio?— alude al río de un lenguaje desbocado y a sus anchas, formado de su puro caudal sonoro:

cómo llamar este poema lo llamaré fluir de aposentos lo llamaré estrépito de frondas poema de amor con rostro oscuro hermoso título alguien no sé quién me dice cuídate de los significados no busques verdad detrás de la belleza aprende a respirar con la mirada

Muy pronto, desde estas primeras líneas, se nos revela el quid del asunto: sumergirse en la materia poética por ella misma. “Llamar”, “fluir”, “estrépito”, “oscuro”, “quién”, “verdad”, “belleza” se asumen aquí cómo términos programáticos, palabras clave para resolver un acertijo cuyo enunciado se pregunta “¿por qué escribo esto?” Porque ME escribo, nos responde desde la lectura el propio poema, pues parece éste, fragmentario y neurótico, el que se reproduce a sí mismo cuidándose de los significados y erigiéndose en su propio enigma, uno que es, al fin de cuentas, el de la poesía. Formada de materia verbal, esto es, de imágenes y sonidos, la poesía, lo sabemos, no es una ciencia exacta ni se rige por leyes universales. Huraña al fin y al cabo a todo esfuerzo que pretenda aislarla, reproducir y explicar sus mecanismos como un fenómeno de laboratorio, la poesía, desde Mallarmé, es refractaria a todo esfuerzo interpretativo. O mejor, acepta todas las interpretaciones al tiempo que todas las rechaza por mantenerse fiel a sí misma. Así lo intuye esta línea: “la transparencia del enigma entibiaba el café la disección del mito la muerte de cualquier teoría”.

Humo de incendios lejanos es, así, un libro de apariencia hermética que, no obstante, se mantiene a flote en su corriente sonora, “hermosa como aquello que nos hiere como aquello que no significa nada”. Pero cuidado: no es que Eduardo Chirinos (o el médium o el numen que en su nombre ha escrito este libro) eluda los significados sino que, al vaciarlos, los potencia. Desnudas de su coraza de sentido, las palabras ganan aquí la consistencia del molusco, se ablandan y al hacerlo adquieren significaciones múltiples. Para esto, Chirinos se sirve también de recursos que, no por conocidos y/o utilizados dejan de probar aquí su efectividad y su eficacia: prescinde de mayúsculas y signos de puntuación y con ello, a la par que logra convertirse en un flujo denso, si bien constante, enriquece su multiplicidad semántica: cada frase es en realidad varias, de pronto una línea —que no verso— o un enunciado puede leerse lo mismo como una entidad independiente que como un complemento de la cláusula anterior o un antecedente de la que le sigue:

Escribo en esta habitación donde no hay nadie donde nadie
perturba esta luz esta página tan sucia esta noche no estoy
solo mi madre elige un vestido mi padre lee el diario ayer
ha muerto santa brígida san owen visitó el purgatorio ¿qué
sabes tú del purgatorio? una multitud camina detrás de las
vidrieras recuerdo la lluvia la estatua escarchada por el frío
la luna llena sus cráteres azules el mar de la tranquilidad


Paradójico, el poema es un continuo roto en trece secciones, fragmentadas a su vez para crear un discurso fractal en el que cada pieza, al retomar y recrear elementos de las que la anteceden, resulta formalmente semejante. En su pórtico, cada uno de aquellos trece apartados tiene inscritos uno o varios falsos epígrafes (aquellos incendios lejanos que se vislumbran desde el título). Aclaro: falsos no por su procedencia, verificable y demostrable, sino por su función: son estos los que, antes que un comentario al margen del discurso, se constituyen en la pauta de la circulación del lenguaje poético. Cada pieza fragmentaria de este libro se convierte, así, en una larga y locuaz apostilla a aquellas breves líneas que le sirven de apertura. Es oportuno destacar aquí la inclusión de un fragmento de una tira cómica de Popeye el Marino, de Elzie C. Segar, pues creo que, más allá de la humorada —a las que Eduardo es tan afecto— contiene una entre muchas claves para la lectura de este libro.* “Se es lo que se aparenta”, podríamos deducir de los dos cuadros del cartón. Pero también sabemos que “las apariencias engañan”. En ese sentido, Chirinos establece una distancia crítica entre su poesía y aquella que, enganchada a la locomotora ecuménica de una postvanguardia balbuciente y afásica, aparenta serlo camuflándose, como el emperador del cuento, en su desnudez. Para seguir con el chiste, para llevarlo al límite, propongo que cambiemos algunas palabras del simpático diálogo entre Oyster Oil (nuestro rebautizado Pilón) y Popeye:

— Hey, tú, ¿eres un poema?
— ¿Te parezco un memorando?
— OK: demuéstramelo entonces, ilumínate, fluye, déjate leer: DI.

Pero ojo: no se le pide a este poema que se justifique, que “tenga” otro sentido que no sea el suyo íntimo, el primero y el último: “no la esfinge no quiere una respuesta”, nos dice partiendo de la suposición o de la preexistencia de un enigma que no lo es, pues en el fondo es pura ausencia: “no hay ninguna forma no hay ningún enigma”. Recordemos con Paz que “la imagen se explica a sí misma. Nada, excepto ella, puede decir lo que quiere decir. Sentido e imagen son la misma cosa. Un poema no tiene más sentido que sus imágenes.“ Tenemos una respuesta pero hemos perdido las claves. Si algo, Humo de incendios lejanos es una invitación a sumergirse en su limo, haciendo del oído vista para encontrarlas.

Cruzado por el sueño (por el surrealista pero también por el romántico) Humo de incendios lejanos despliega una efectiva imaginería verbal que, fluctuante entre el ensueño y la pesadilla, emparienta lo mismo con precursores evidentes de su tradición franco-peruana (Breton, Eluard, Vallejo, Eielson…) que con otros menos obvios porque provienen del ámbito visual, pero a los que Chirinos igual admira —Buñuel, Fellini, Lynch. Pienso, por ejemplo, en la más clásica de las imágenes buñuelianas, recurrente en la poesía de Eduardo:

los estudiantes preguntaron el significado del dolor
con una hoja de afeitar le corté el dedo a una muñeca
no hubo sangre no hubo parpadeo dije esto es el dolor


O en esta otra que bien podríamos imaginar en un film de su paisano postizo, el cineasta de Missoula:

los estudiantes
preguntan qué es delirio me abro la camisa y les muestro
tus senos esto es delirio

¿Tienen los sueños una explicación? Sí, en tanto que la busquemos. Ciertas teorías psicoanalíticas plantean el exilio, el desarraigo —voluntario o no—, el tránsito de una lengua a otra y con ello el forzoso cambio de esquemas mentales, como una experiencia traumatizante que se resuelve o cuando menos encuentra paliativo en la medida en que se afianza a un desbordado torrente de la lengua primigenia. Leamos, por ejemplo, este fragmento habitado por el contraste de dos paisajes superpuestos (destino-origen):

el invierno son las agujas de una iglesia protestante un
cuervo sacudiendo la nieve en un poema de frost el lago
de hielo donde patinan las parejas no me dijo el invierno
son las olas del pacífico ballenas pudriéndose en las playas
pelícanos gaviotas y uno que otro pingüino en el perú
hay pingüinos ganas solemnes de no ir al colegio y un poco
de lluvia algo más un revuelo de zapatos escolares la tarea
pendiente en invierno los niños revientan ojos a los gatos
arrojan piedras a los perros

¿Qué es lo que se esconde detrás de, a qué aluden todas estas imágenes, todo este fluido sonoro, aparentemente cerrado, inexpugnable o ininteligible? La tozuda voluntad de la afirmación, de la existencia, por la vía del lenguaje… y del amor, que también cruza estas páginas.

Volvamos, antes de terminar, a aquel primer párrafo de la cátedra magistral de “el filósofo de la cabeza rapada”:
Hay que continuar, no puedo continuar, hay que decir las palabras mientras las haya, hay que decirlas hasta que me encuentren, hasta el momento en que me digan —extraña pena, extraña falta—, hay que continuar, quizás está ya hecho, quizá ya me han dicho, quizá, me han llevado hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que se abre ante mi historia; me extrañaría si se abriera…

He ahí la entrada, ese es el pórtico que Eduardo Chirinos nos invita a trasponer para hurgar en la humareda.

* El cartón de marras —en el que aparece por primera vez Popeye The Sailor— consta apenas de dos cuadros. En el primero, Oyster Oil increpa al marino: “HEY THERE! ARE YOU A SAILOR?” (“¡Ey, tú! ¿Eres un marinero?”). “’JA THINK I’M A COWBOY?” (“¿Piensas que soy un vaquero?”), responde Popeye en el segundo cuadro, correctamente ataviado (y tatuado) como un “hombre de mar”. “O.K. YOU’RE HIRED” (“OK, estás contratado”), asiente Oyster Oil fuera de cuadro.
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Esta reseña aparece en el número 57 de la revista Luvina, dedicado, a la par que la reciente edición de la FIL de Guadalajara, a las letras, las artes y la cultura de Los Ángeles, California.

martes, diciembre 08, 2009

Adiós a John Lennon

Acostúmbrate, John, a verlas por el periscopio
de mármol, a palparlas
desde ahí tan lejos en tu escafandra
de raso,
xxxxxxah y por liturgia
aunque sea sábado y sigas
teniendo 22 tocando
durmiendo toca hasta el fin,
estremecimiento de diamante,
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxno
huelas la locura de estas rosas.


xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxGonzalo Rojas

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La noche del 8 de diciembre de 1980, hace 29 años, Mark David Chapman, perturbado cazador de autógrafos, asesinó a John Winston Lennon a las puertas del edificio Dakota, en Manhattan. El episodio quedó consignado hace un par de años en la película Chapter 27 (El asesino de John Lennon), del director J.P. Schaefer, con Lindsay Lohan y Jared Leto en el papel de Chapman. Yo dejo aquí esta despedida felizmente fúnebre del enorme poeta chileno Gonzalo Rojas.